Hay que Deshacer la Casa

Autor: Sebastián Junyent. Director: Joaquín Vida. Escenografía y Vestuario: Javier Artiñano. Diseño de Luces: Carlos Moreno. Reparto: Amparo Rivelles y Lola Cardona.
Una producción de la Compañía Rivelles / Cardona, estrenada en 1984 en el Teatro Principal de Valencia; en Madrid, en el
Teatro de la Comedia, pasando la temporada siguiente al Teatro Fígaro.
Permaneció en cartel durante cuatro temporadas.
Nota para el Programa de Mano.
Para mí, un hijo de los años sesenta, incorpo­rado al mundo de los adultos en medio del fragor de la contestación juvenil, en plena revolución se­xual y entre los clamores del Mayo Francés, mi­litante desde siempre en las huestes de la pro­gresía ilustrada, ahíto y embotado de toda clase de teorías más o menos científicas, para mí, digo, ha seguido siendo un enigma la realidad humana que se esconde tras eso que hemos dado en lla­mar «el problema de la mujer».
Siempre he deseado saber, más allá de toda abstracción teórica, cómo es el alma de esas mu­jeres para las que los vientos liberalizadores de la Década Prodigiosa llegaron demasiado tarde o, simplemente, no llegaron; qué huellas la marcan, qué cicatrices la surcan para siempre. Pero en ninguna tesis, tesina o ensayo encontré jamás contestación a mis preguntas.
Ha sido, como siempre, el Arte, capaz de lle­gar hasta donde la Ciencia no puede hacerlo, quien me ha dado la respuesta. En el arte de Sebas­tián Junyent -con su habilidad para transmitir el enorme caudal de sentimientos que ocultan unas vidas en apariencia minúsculas-, en el arte de Amparo Rivelles -tan lleno de sabiduría acerca de la escena y, lo que es más importante, de la vida- y en el de Lola Cardona -tan desbordan­te de sensibilidad, tan rico en matices- he po­dido vivir por mí mismo, durante un gratísimo período de ensayos, las angustias, las alegrías, los temores y las esperanzas de unas mujeres a las que conocí, de la mano de Martín Gaite, cuando eran jóvenes y aún luchaban por hacer realidad sus sueños, huyendo del hogar paterno, o cons­truyéndose uno propio a imagen y semejanza de aquél, y a las que he encontrado ahora en «Hay que deshacer la casa», ya maduras, atrapadas en aquellas mismas redes, sutiles pero irrompibles, que las cercaban entonces; prisioneras de su propia infancia, encarceladas «entre visillos».
Joaquín Vida