La Dorotea

Autor: Lope de Vega. Adaptación: Luis García Montero. Dirección y Figurines: Joaquín Vida. Escenografía: Juan Vida. Diseño de Luces: Carlos Moreno. Reparto: Nati Mistral, Mar Bordallo, Alicia Agut, Carmen Serrano, Mª Jesús Hoyos, Mª del Mar Rodríguez, Manuel Gallardo, José Mª Barbero, Alberto Alonso, Jaime Linares y Jaime Tijeras.
Una producción de Atryl, estrenada en el marco de Festival Internacional de Almagro; en Madrid, en el Teatro Bellas Artes.

Nota para el programa de mano.
Ante la puesta en escena de “LA DOROTEA”

Tomar la decisión de poner en escena un texto que ha sido calificado por algunos especialistas como “la obra más importante de la literatura española del siglo XVII después de El Quijote”, es un acto que se lleva a cabo con una cierta dosis de temor. Un clásico siempre es un clásico, pero un clásico del que se predica algo así, merece doble dosis de respeto.
Lo que ocurre es que La Dorotea, como su hermana mayor La Celestina, es un clásico muy especial: es teatro sin dejar de ser novela; es autobiografía sin dejar de ser ficción; es, por último, ensayo sin dejar de ser lírica. ¿Cómo dar coherencia escénica a una obra cuya grandeza estética precisamente estriba en su incoherencia formal? ¿Qué hacer con una obra iconoclasta, transgresora de todas las reglas, incluidas las inventadas por el propio autor para romper la preceptiva vigente en su época? ¿Qué forma dar a la prosa de un poeta?
Las formas de expresión escénica propias de la cultura occidental, con su obsesivo objetivo de reproducir la realidad tal cual aparentemente es, se me antojaban insuficientes para hacer llegar al público toda la riqueza expresiva contenida en el abigarrado texto de Lope. Decidí recurrir a las formas más imaginativas de la cultura oriental, para la que el hecho teatral es una realidad en sí mismo, no un simulacro de la realidad exterior. He montado, pues, esta Dorotea con las formas propias del kabuki, tratando de que lo simbólico, lo evocador y lo imaginativo sustituyan al calco, la reproducción y la copia; intentando, en una palabra, sugerir, en lugar de reproducir (un cambio de actitud puede expresarse con un cambio instantáneo de vestido; la habitación de un poeta puede ser sugerida con un escrito de su puño y letra), sin pretender disimular el hecho incontestable de que ustedes, los espectadores, están presentes y forman parte de la representación.
Puede que haya acertado con mi propuesta, o puede que no. ¡Ojalá hubiese fórmulas de segura aplicación que resolviesen a priori este tipo de dilemas! Pero en el mundo de la creación no hay más fórmula que la intuición, y los resultados de su aplicación sólo pueden ser comprobados a posteriori. No me ha quedado, pues, más remedio que arriesgarme a sufrir una equivocación. El escéptico retrato de sí mismo y de su musa, y la sarcástica pintura del mundillo artístico de la corte de los primeros Austria que traza Lope (poniendo, de paso, en entredicho el tópico de la España del honor y de la honra –el motor de la acción no es una honra mancillada ni un honor ofendido, sino sencillamente la vanidad herida de un amante ninguneado y el tintineo del oro americano, ante cuyo sonido no hay bajeza moral a la que no se descienda-, al dejar ver con claridad que aquellos circunspectos caballeros y recatadísimas damas no andaban muy lejos, en el fondo, de Lázaro de Tormes, Celestina, o Monipodio), merece el olvido de todos los temores, y la ejecución de todos los esfuerzos. JOAQUÍN VIDA