La Malquerida

Autor: Jacinto Benavente. Director: Joaquín Vida. Escenografía y Figurines: Joaquín Vida. Diseño de Luces: Carlos Moreno. Reparto: Nati Mistral, Manuel Gallardo, Mar Bordallo, Alicia Agut / Ana Frau, Luis Marín, José Mª Barbero, Jaime Linares (en gira), J. Antonio Gallego (en Madrid), Lola Cordón, Carmen Serrano y Jaime Tijeras.

Una producción de Atryl Producciones / JV Producciones, estrenada en el Teatro Municipal de Barakaldo; en Madrid, en el Teatro Fígaro.

Nota para el Programa de Mano

Nueve décadas entre las favoritas
La Malquerida es la historia de una pasión oculta y prohibida, de un amor tan inconfesable que sólo puede manifestarse en forma de odio, y de las nefastas consecuencias que su aparición produce dentro de un entorno familiar convencional y cerrado. La Sierra de Gredos, que da marco a semejante planteamiento, dota a la obra de todas las características propias del drama rural. Es más, puede decirse que la convierte en el drama rural por antonomasia. Desde su estreno en el Teatro de la Princesa de Madrid la noche del 12 de diciembre de 1913, la trágica historia de la Acacia, la Raimunda, y el Esteban se convirtió en el indiscutible arquetipo del género.
Sin embargo, no todos los estudiosos de la obra de Benavente están de acuerdo con esa calificación. Unos la tildan de "drama policíaco", mientras que otros le descubren rasgos propios del teatro psicológico, e, incluso, los hay que detectan en ella raíces que la entroncan con la antigua tragedia clásica.
Puede que no falte razón a ninguno de estos exegetas. El sabio goteo de datos que la investigación de Raimunda, en su búsqueda de la verdad, va desgranando progresivamente, tiene la virtud de intrigar al espectador, atrapándole en una creciente curiosidad por la resolución de la inquietante trama. Curiosidad que no se desvanece hasta la sorprendente escena final, tal y como mandan los cánones de toda función policíaca que se precie.
Esos rasgos del género policiaco caben, y esto es lo llamativo, dentro de un formato que no oculta su indudable origen clásico. No sólo porque tanto Raimunda como Esteban y Acacia sean personajes de rancia estirpe trágica, sujetos al dominio de una fuerza superior a su voluntad -sus propios e invencibles deseos-­, sino porque actúan condicionados por un personaje colectivo, el pueblo, que, aunque físicamente ausente del escenario, hace sentir todo el peso de su presencia a través del coro de murmuraciones que hasta la escena llegan, traídas por los mensajeros de turno, condicionando el comportamiento de unos personajes obligados a enfrentar sus instintos espontáneos con las normas vigentes en el grupo social que les da cobijo.
Además, y sin menoscabo de lo anteriormente expuesto, la actitud de Acacia y su cada vez más extraño comportamiento, incomprensible para cualquier mentalidad "normal", resulta meridianamente explicable si se analiza retrospectivamente a la luz de las teorías freudianas. No hay a lo largo de la obra gesto, palabra o acción de la muchacha, que no explique "a posteriori", con aplastante lógica psicológica, la inesperada reacción final del personaje.
A mi entender es precisamente ése el rasgo de La Malquerida que explica la vigencia de la obra 87 años después de su estreno: la rigurosa construcción psicológica de todos los personajes. Es ése también, junto con el aprecio a la impecable carpintería teatral y el gusto por la precisa y preciosa estructuración "policíaca" de la acción dramática, uno de los motivos que me han empujado a emprender, de nuevo junto a Atryl Producciones, la aventura de este montaje. El contar una vez más -y ya son cuatro- con Nati Mistral, es el otro. Su presencia en el reparto, junto a las de Alberto, Alicia, Mar, Enrique, José Mª, Jaime, Lola, Carmen, Jaime y, naturalmente, la de Manolo, constituye no sólo una garantía, sino también un placer estético y afectivo.
Joaquín Vida