Kean
Una producción de JV Producciones, estrenada en el Teatro Fernando de Rojas de Toledo; en Madrid, en el Teatro Bellas Artes.
Nota para el Programa de Mano
¡UNA COMEDIA!
Debía contar unos dieciocho o diecinueve años cuando leí «Kean» por primera vez. Fue un acto casi sacramental; caí de hinojos ante el mito de lo prohibido y la hondura de su mensaje (como se decía entonces). No entendí nada, obviamente, pero quedé transido de trascendencia, y (ahora puedo confesarlo) aburrido como una ostra. La verdad es que era yo entonces demasiado joven para divertirme, y tampoco las dos Españas en las que vivía contribuían precisamente -con su sentimiento trágico de la vida la una, con el espejismo del desarrollo la otra- a que las cosas se viesen (o leyesen) con un mínimo de objetividad.
Cuando hace unos pocos meses, después de haber pasado sobre mí y sobre España más de veinticinco años y el vendaval de la Historia, leí de nuevo el «Kean» de Sartre, me quedé tan perplejo que tuve que leer la obra una vez más para cerciorarme de que no estaba siendo víctima de una alucinación, porque me reía de buena gana desde la primera página; aquel texto derramaba gracia por todos los signos de puntuación. Sin duda mis sentidos me estaban engañando. No podía ser que el padre del existencialismo, el filósofo por antonomasia del siglo xx, tuviese sentido del humor, y yo no me hubiese enterado. Acabé rindiéndome a la evidencia: aquello era una comedia. Y es que los pocos años y las situaciones políticas de carácter traumático suelen jugar malas pasadas.
Recuperado del primer estupor, me sentí inmediatamente atraído por la propuesta del dramaturgo y filósofo francés: filosofar acerca del «ser» o el «interpretar», acerca de la realidad de la ficción o de la ficción de la realidad, haciendo reir al público al mismo tiempo. ¡Todo un reto! Pero un reto atractivo, porque montar una «obra de tesis» que tiene estructura de «comedia de enredo» y diálogos de «alta comedia» es un desafío, y a mí siempre me han atraído los desafíos. Aunque, para ser sinceros, debo confesar que sin contar con el arte magistral de Alfredo, el encanto de Enma, el buen hacer de Pepe, la voluntariosa picardía de Eva, la gracia de Paco y Mara, el dominio de su oficio de Cambres y Antonio, y el incondicional entusiasmo de Gerardo, Estela y Alberto, nunca me hubiera atrevido a afrontarlo. Joaquín Vida
La Dorotea
Lo que ocurre es que La Dorotea, como su hermana mayor La Celestina, es un clásico muy especial: es teatro sin dejar de ser novela; es autobiografía sin dejar de ser ficción; es, por último, ensayo sin dejar de ser lírica. ¿Cómo dar coherencia escénica a una obra cuya grandeza estética precisamente estriba en su incoherencia formal? ¿Qué hacer con una obra iconoclasta, transgresora de todas las reglas, incluidas las inventadas por el propio autor para romper la preceptiva vigente en su época? ¿Qué forma dar a la prosa de un poeta?
Madame de Sade
Mme. de Montreuil.-Me pregunto si esa línea, como la que deja la marea en la playa, no cambia constantemente.
(Mishima, acto II de «Madame de Sade")
La primera lectura de «Madame de Sade» despertó en mí un volcán de sentimientos contradictorios que no experimentaba desde los días de la adolescencia, cuando me odiaba a mí mismo por no poder dejar de amar el pecado. Cada nueva línea leída hacía crecer en mí la fascinación por la repugnante hermosura de un comportamiento humano socialmente proscrito. La negra belleza que destila el texto se enroscaba en mis sentidos, emponzoñándolos de un turbio lirismo que convertía la repulsa en atracción. Cuando doblé la última página, y la deliciosa amargura que me embargaba me impulsó a iniciar de nuevo la lectura, descubrí que estaba pecando, y recuperé, después de muchos años, la conciencia de hacerlo y el placer que ello produce.
«Madame de Sade» es dañina y fascinante como un pecado. Es también una exquisita y delicada pócima, servida en el más frágil de los cristales a una sociedad que ha etiquetado a su antojo los actos humanos; un hermoso alegato contra la intolerancia; un bellísimo pliego de descargo a favor de la heterodoxia; un apasionado canto a lo amoral.
Indudablemente, habrá otras posibles lecturas del texto de Mishima, como en toda obra de arte que realmente lo sea. Pero esa es la mía, la que ha despertado en mí la necesidad irreprimible de montarla, de vencer todos los obstáculos hasta conseguir levantar el telón. He contado para esta tarea con la colaboración inestimable de Herminia, Magüi, Flora, Carmen, Celia y Berta, que han puesto toda su sensibilidad y arte al servicio de unos personajes extremadamente difíciles; con el jovial apoyo de Eduardo; con la sólida formación de Helena; y con el cáustico lirismo de Francisco Melgares. A todos ellos quiero dar las gracias desde estas líneas por su entusiasmo y su entrega.
Joaquín Vida
La Celestina
Una producción de Atryl Producciones, estrenada en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares; en Madrid, en el Teatro Albéniz. Con este espectáculo se inauguró la sala B del Auditorio Euskalduna de Bilbao y el Teatro Palenque de Talavera de la Reina.
La Mirada del Tiempo
Al contemplar un objeto artístico antiguo, cada nueva generación lo impregna con su propia manera de ver la vida y lo deja matizado por ella, de la misma manera que el humo de los cirios de la Capilla Sixtina fue matizando siglo tras siglo los colores de Miguel Ángel, o el polvo de los alcázares de los reyes de España oscureció la paleta de Velázquez.
Resulta difícil desde que Shakespeare escribiera sus tragedias, no sentir simpatía hacia dos jóvenes enamorados a quienes se les prohíbe la culminación de su amor; es imposible no identificarse con la víctima de una pasión incontrolada, después de que el Romanticismo prestigiase el desorden sentimental hasta elevarlo a la categoría de ideal de conducta; ha llegado a ser utópico pretender describir la realidad sin tratar de fotografiarla, desde que el Naturalismo nos acostumbró a buscar en el arte un calco de la realidad misma. Pero Fernando de Rojas no conoció ni a Shakespeare, ni al Romanticismo, ni al Naturalismo. Escribió su tragicomedia en pleno Renacimiento, la edad de oro del equilibrio y la mesura, por lo que en modo alguno pudo sentir la necesidad de calcar la realidad que tan poderosa como alambicadamente describió, ni aprobar el, para sus contemporáneos, disparatado comportamiento sentimental de su Calisto, ni simpatizar con los transgresores de unas convenciones sociales que establecían una férrea incomunicación entre los hombres y las mujeres.
Nosotros –la Compañía, García Montero y yo mismo- nos hemos propuesto despojar a “La Celestina” de las adherencias que los sucesivos movimientos culturales y estilísticos han ido depositando entre ella y nuestros ojos, con el fin de hacer llegar hasta ustedes, espectadores del siglo XX, una “Tragicomedia de Calisto y Melibea” acorde con la que contemplaron los del siglo XV, a quienes en absoluto extrañaba que en una obra literaria los criados utilizasen un lenguaje tan docto o más que el de los señores, ni que el amor desmesurado fuese objeto de burlas, ni que se necesitase una intervención diabólica para torcer el recto proceder de una doncella recluida en la casa paterna; hemos intentado liberar a la obra de Rojas de cuantas interferencias culturales, sentimentales y moralistas pudiesen dificultar que llegue hasta ustedes con la nitidez precisa la pésima opinión que a su autor le merece un orden social -incipiente en aquellos días- basado en la consecución del lucro individual, en el que todo, incluso lo más íntimo, puede llegar a ser objeto de compraventa, puede quedar reducido a la condición de mera mercancía, sujeta a una ley sin más límites éticos o morales que los derivados de la oferta y la demanda.
Joaquín Vida
Celestina, cinco siglos después
Luis García Montero
Aceptar el encargo de una versión teatral moderna de La Celestina significó para mí añadir de forma imprevista la responsabilidad y la incertidumbre a los muchos placeres que esta obra me había regalado como lector. Las veras y las burlas, las “sentencias dos mil en forro de gracias”, el deslumbrante uso retórico de lo sencillo y lo complejo, la frescura literaria, el juego cómplice con la tradición y los hermosos y alargadísimos parlamentos, llenos de rincones matizados y hallazgos intocables, se convirtieron de pronto en una cuestión personal, en un tejido de decisiones imperiosas. ¿Cómo convertir La Celestina en una representación teatral, respetando la letra y el espíritu, las intenciones y las sorpresas de su autor o sus autores? ¿Cómo llevar al espectador contemporáneo, que tiene sus convenciones y su almacén de miradas estéticas, hasta una tragedia amorosa que no conoció el desarreglo sentimental del romanticismo, hasta una composición de declarada voluntad realista, que, sin embargo, no participa en absoluto del naturalismo decimonónico?
Pero ¿qué más? No basta con el deseo de presentar en escena de manera respetuosa un libro clásico, salvando las distancias entre el lector y el espectador, porque resulta necesario plantearse también las diferencias ideológicas entre lo viejo y lo nuevo, quiero decir, entre el viejo lector y el nuevo espectador. ¿Qué es actualizar? ¿Se trata de conducir el texto antiguo al mundo presente, en sus debates, preocupaciones y preguntas? ¿O se trata de pulir lo necesario, lo mínimo, para facilitar que el público viaje al pasado, comprendiendo la significación original de la obra? Yo he optado por esta segunda vía. He querido mostrar en literatura actual y viva, una obra que empezó a gestarse hace quinientos años.
Porque los lectores de hoy, situados en la otra orilla de la Historia, experimentados en bellas palabras y en las cicatrices de la Modernidad, en sus frutos y en sus contradicciones, tal vez quieran también aprender la lección de la mirada sin tapujos, descubriendo el hilado de provechos y deseos que se mueve en el aceite serpentino de algunas palabras como libertad, justicia, bien, verdad, democracia, tolerancia y respeto, las “fontezicas” actuales de la sabiduría. La situación de nuestra Historia, en otra compleja y vivísima vuelta creativa, asegura “la belleza actual de La Celestina”. Se puede asistir al drama de Calisto y Melibea sin otra reactualización que la propia fuerza literal de su densidad expresiva y su espesura ideológica. Podemos seguir meditando las palabras de Pármeno, cuando Sempronio le indica la conveniencia de ir rápido a casa de Celestina, para exigir su parte en el negocio: “Bien dizes; olvidado lo avía. Vamos entramos, y si en esso se pone, espantémosla de manera que le pese. Que sobre dinero no ay amistad".
La Noche
Una producción de JV Producciones, estrenada en el Auditorio del Palacio de Exposiciones y Congresos de Granada; en Madrid, en el Teatro Albéniz, dentro de la programación del Festifal de Otoño.